Gabriel García Márquez – Poemas costeños – Julio 1948

Y pensar que todo esto estará alguna vez habitado por la muerte. Que esta cálida madurez de tu piel, que sube por mi tacto hasta el abismo de mi desasosiego, tiene que desgajarse un día sobre tu propio silencio desolado. Que este orden de cosas naturales, que hacen de ti y de mí y del agua y los pájaros, claros volúmenes para la vendimia de los sentidos, estará una tarde hundido en la niebla de lejanas comarcas. Que ese temblor de voces interiores que sube por tu sangre, que se anida en tu vientre como un hijo, cuando te hablo de cosas simples, elementales, como estas cosas tremendas de que estoy hablando, tiene que estar un día trasladado a otro cuerpo, cuando los nuestros sepan del peso de las piedras y, sin embargo, siga siendo verdad el amor. Que este dolor de estar dentro de ti, y lejano de mi propia sustancia, ha de encontrar alguna vez su remedio definitivo.

Pensar que alguna vez conoceremos los puertos del olvido, igual que antes, cuando aún no habían venido estos cuerpos a habitar nuestra tristeza. Que los hombres caminantes tendrán que sorprenderse alguna vez de que todos los pájaros enmudezcan de pronto, sin saber que eres tú, y que soy yo, que hemos vuelto a encontrarnos más allá de nuestros huesos. Que una tarde regresarán los bueyes del arado con las cuchillas iluminadas de una amorosa claridad, y todos creerán que hay estrellas sembradas, sin saber que eres tú y que soy yo, que estamos preparando las semillas. Que un domingo como éste sonarán las campanas con bronce estremecido y los niños preguntarán asombrados quién ha muerto en domingo; sin saber que eres tú y que soy yo, que aún seguimos muriendo en todas las preguntas.

Pensar que alguna vez los árboles preguntarán a sus raíces cuándo  van a pasar los vidrios de nuestros ojos para que sea más clara la luz de sus naranjas. Que el agua de los ríos nos llevará, polvo a polvo, hasta el júbilo de los que tuvieron sed y la mitigarán con nuestra arcilla. Y que cada una de las cosas que amamos seguirá siendo bella sin necesidad de que nosotros la amemos. Y, sobre todo, pensar que este amor nuestro tiene que morir antes de que estas cosas pasajeras estén habitadas por la muerte.

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