El olor a gasolina en las gasolineras.
Esa vibración del motor. Y el ruidito que hace.
El no poder tener una conversación con el mecánico mientras cambia el aceite.
Esa alegría que sientes cuando ponen la verde, aprietas el acelerador y le oyes rugir al motor mientras comienza a romper la inercia para al fin, algunos segundos después, al fin comenzar a tomar velocidad.
El que pasabas desapercibido y no venías a la gente señalandote por la calle. Ahora es tan aburrido que a cada rato te señalen y veas los labios “mira… un eléctrico”